Por: Juan Carlos Botero Zea; Columnista invitado
Nada le hace más daño a una causa que una mala defensa. Y así le pasa a la oposición en Colombia. Los rivales, enemigos y adversarios de Gustavo Petro no hacen más que embarrarla.
Es un problema de credibilidad. Y no porque carezcan de razón o porque no sea cierto lo que dicen, sino porque están tan parcializados y sus intereses políticos son tan evidentes, que lo que dicen pierde su valor. Son críticas viciadas, lastradas por el transparente deseo de que el presidente fracase.
Incapaces de admitir nada bueno, sus objeciones son fáciles de rechazar. En eso consiste la mala defensa: la falta de imparcialidad afecta su legitimidad.
La oposición a Petro se divide en cuatro. De un lado están los políticos más activos y ruidosos, incluyendo a la banda de María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Miguel Polo Polo.
Su estrategia pueril consiste en descalificar e insultar. Parecen creer que el que grita más fuerte y el que insulta más veces, gana. Pero este trío con sus tesis lunáticas (la solución a la violencia es que la población se arme, propuso la senadora Cabal, y nadie ha muerto de desigualdad, opinó Polo Polo) le hacen mucho daño a la oposición.
Con un problema adicional: no le cambian la opinión a nadie. Quien ya está de su lado se mantiene igual, y quien está del otro lado jamás les cree. Sus críticas, por ruidosas que sean, son inútiles...
También están las entidades de control, empezando con la Fiscalía de Francisco Barbosa. Su silencio ante masacres y delitos de corrupción en el gobierno anterior, por ser amigo personal de Iván Duque, lo desautoriza para presentarse como el líder de la moral. Y ahora, al aceptar entrevistas con la prensa en las que insulta y ataca a Petro de frente, Barbosa delata sus ambiciones personales y políticas, erosionando aún más la imparcialidad de su cargo, que él debería encarnar. Un Fiscal que ataca a los medios y de credibilidad cuestionable, deja mucho qué desear.
Luego están los medios de comunicación. Es inaceptable meter a todos en el mismo costal, y es injusto el empeño, de parte de los petristas más fanáticos, de descalificar al conjunto de medios porque todos han señalado errores o escándalos del gobierno. Pero sí hay algunos que ni siquiera intentan disimular su agenda política, y aunque hagan investigaciones serias y un trabajo de reportería admirable, son tan claros sus sesgos y tan obvios sus intereses que le resta valor a sus denuncias. Así sean ciertas.
En cuarto lugar están las marchas callejeras. Éstas han sido reales, masivas y pacíficas, y claramente reflejan el descontento general de una franja enorme de la población con el gobierno de Gustavo Petro. Son auténticas y legítimas, y es un error que el presidente las desprecie, llamándolas “débiles”. Negar la realidad no es una estrategia acertada y tampoco lleva a solucionar los problemas.
El mayor defecto de la oposición, insisto, es su falta de credibilidad. Porque los primeros tres grupos son tan torpes en su antagonismo que, de un lado, los petristas los pueden descartar fácilmente por carecer de honradez e imparcialidad.
Y, de otro lado, le quitan legitimidad a sus acusaciones, investigaciones y denuncias. Repito: así sean ciertas. ç
Y esa mala defensa le hace un daño irreparable no a su rival, enemigo o adversario, sino a su propia causa.
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